Estoy segura de que si eres profe ya conocerás está técnica tan utilizada con los niños que presentan problemas de conducta. No obstante me parece interesante dedicarle una entrada.
La técnica de la tortuga de Schneider y Robin, pretende ayudar al niño a conseguir la relajación muscular como método alternativo, utilizando para ello la metáfora. Se trata de conseguir que el niño se repliegue en un caparazón imaginario hasta que sus ganas de realizar la conducta negativa (pegar, chillar, romper cosas...), se reduzcan o se eliminen.
Para ello se utiliza como excusa la lectura de este cuento y posteriormente se le enseña la técnica para que aprenda a utilizarla. Dicha postura consiste en conseguir que el niño se siente en el suelo con los ojos cerrados y los brazos alrededor de sus piernas encogidas contra el pecho (a modo de caparazón). Tras contar cinco destensará todo el cuerpo para volver a repetir la postura las veces que sean necesarias.
Esta postura se llevará a cabo en casa o en el aula cuando el niño escucha, ante la posible aparición de un mal comportamiento, la palabra "tortuga". Se recomienda realizar dicha postura por las mañanas a modo de rutina durante unos 15 minutos al día, a modo de descanso de las tareas del cole.
En el caso de utilizarla en casa, debemos acostumbrar al niño a retirarse a su espacio personal (la habitación) para que la realice tranquilamente cuando la necesite, y reforzarle cuando la haya utilizado.
“En una época remota vivía una tortuga joven y elegante. Tenia seis años de edad, y justo entonces, había comenzado la enseñanza primaria. Se llamaba Tortuguita. A Tortuguita no le gustaba acudir a la escuela. Prefería estar en casa con su mamá y su hermanito. No quería estudiar los libros del colegio ni aprender nada; sólo anhelaba correr mucho y jugar con sus amiguitos, o pintar su cuaderno de dibujo con lápices de colores. Era muy pesado intentar escribir las letras o copiarlas del encerado. Sólo le agradaba retozar y reírse con sus compañeritos –y pelearse con ellos también-. No le daba la gana de colaborar con los demás. No le interesaba escuchar a su maestra ni detener esos sonidos maravillosos, como de bomba contra incendios zumbando con estrépito, que acostumbraba a hacer con la boca. Era muy arduo para ella recordar que no debía pegarse ni meter ruido. Y resultaba muy difícil no volverse loco delante de todas las cosas que ella hacía como si lo estuviese ya de verdad.
Cada día, en su camino hasta la escuela, se decía a sí misma que iba a esforzarse en todo lo posible para no incurrir en jaleos durante esa jornada. Sin embargo, a pesar de ello, siempre enfurecía a alguno cotidianamente y se peleaba con él, o perdía la razón porque cometía errores y empezaba a romper en pedazos todos sus papeles. Se encontraba así metida constantemente en dificultades, y sólo necesitaba unas pocas semanas para estar hastiada por completo del colegio. Empezó a pensar que era una tortuga “mala”. Estuvo dándole vueltas a esta idea durante mucho tiempo, sintiéndose mal, muy mal.
Un día, cuando se hallaba peor que nunca, se encontró con la tortuga más grande y más vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia, que tenía 200 años de edad y un tamaño tan enorme como una casa. Tortuguita le habló con voz muy tímida, porque estaba muy asustada. Pero la tortuga vieja era tan bondadosa como grande y estaba deseosa de ayudarle. “¡Hola!” –Dijo con su voz inmensa y rugiente- “Voy a contarte un secreto”. “¿No comprendes que tú llevas sobre ti la respuesta para los problemas que te agobian?” Tortuguita no sabía de qué le estaba hablando. “¡Tu caparazón! ¡Tu caparazón! -le gritó la tortuga sabia, y continuó exclamando: “Para eso tienes una coraza”. Puedes esconderte en su interior siempre que comprendas que lo que te estás diciendo o lo que estás descubriendo te pone colérica. Cuando te encuentres en el interior de tu concha, eres capaz de disponer de un momento de reposo y descifrar lo que has de hacer para resolver la cuestión. Así pues, la próxima vez que te irrites, métete inmediatamente en tu caparazón”. A Tortuguita le gustó la idea, y estaba llena de avidez para probar su nuevo secreto en el colegio. Llegó el día siguiente, y ella cometió de nuevo un error que estropeó su hoja de papel blanco y limpio. Empezó a experimentar otra vez su sentimiento de cólera y estuvo a punto de perder la compostura, cuando recordó de repente lo que le había dicho la tortuga vieja. Rápido como un parpadeo, encogió sus brazos, piernas y cabeza, y los apretó contra su cuerpo, permaneciendo quieta hasta que supo lo que precisaba hacer. Fue delicioso para ella encontrarse tan cauta y confortable dentro de su concha, donde nadie podía importunarle. Cuando salió fuera, quedó sorprendida al ver a su maestra que la miraba sonriente. Ella le dijo que se había puesto furiosa porque había cometido un error. ¡La maestra le contesto proclamando que estaba orgullosa de ella! Tortuguita continuó utilizando este secreto a lo largo de todo el resto del curso. Al recibir su cuartilla de calificaciones escolares, comprobó que era la mejor de la clase. Todos la admiraban y se preguntaban maravillados cuál sería su secreto mágico”.
El adulto debe actuar a modo de modelo hasta conseguir que los niños lo hayan interiorizado. Para ello se puede trabajar con historias imaginarias. Se puede trabajar también el cuento utilizando un dibujo de la tortuga gigante que los niños puedan colorear por partes.
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